30 de noviembre de 2023

 

Por Mark Freehiill

La mala noticia, evidente, que nos asalta todos los días, es el reportaje de los incontables conflictos, aparentemente insolubles. Aquí, allá, en todo el mundo. Salario mínimo. COVID. Compensación para los médicos. Corrupción. DR-CAFTA. Migración. El orden público vs. los derechos humanos. Y el elefante en la sala, el cambio climático.

La buena noticia, escondida, es que hay maneras de resolver estos y todos los conflictos. Nada fácil, pero posible. Si es así ¿por qué no se resuelven? Porque no se ponen en práctica la condición sine qua non para la toma de toda decisión: La buena fe búsqueda de la verdad.

La verdad. Para los filósofos, no existe. Y si existe es inalcanzable. Y si es alcanzable, está más allá de nuestras limitadas capacidades.

Por suerte, no somos filósofos, perdidos en la búsqueda de una quimera. Para no ir tan lejos, buscamos la verdad como la solución más acertada.

Veamos el caso del salario mínimo. En teoría, hay un número – existente pero desconocido – que representa el equilibrio idóneo entre las necesidades de los obreros y las posibilidades de los patrones. Ese número resbaloso es el verdadero. Sin embargo, nadie busca esta verdad. El obrero no quiere un salario ‘mínimo’; quiere un salario ‘máximo’ porque piensa que la empresa es su adversario. El patrón no quiere un salario ‘mínimo’, quiere un salario ‘mismísimo’ porque cree que cada peso que va al bolsillo del obrero es un peso perdido. Equivocados los dos. Porque el patrón justo en todos los sentidos inspira fidelidad, honestidad y compromiso en el obrero, y el obrero bien pagado es más fiel, roba menos, está menos presto a renunciar y contribuye al éxito de la empresa.

Le conviene al obrero tanto al patrón fijarse en la conveniencia mutua y hallar la verdad, el número idóneo. Pero sus abogados, que son adversarios por naturaleza, ignoran la verdad inconveniente y presionan para números extremos, opuestos e incompatibles. Es que el pan diario de los abogados es el sistema adversarial.

Si estoy culpable, lo que menos me interesa es un abogado que aboga por la verdad ¡por qué no quiero que la verdad de mi culpabilidad se exponga!  Quiero uno que aboga por la mentira, la mentira de mi ‘inocencia’, para yo escapar las garras de la justicia. Contrato al abogado que sabe prevalecer la mentira, que sabe imponer mis intereses por encima de todo. No me interesa la solución equitativa y justa, es decir, no me interesa la verdad.

Así es con todos los conflictos. La buena fe impulsaría la búsqueda de la verdad, pero no tiene mucha cabida cuando la negociación es vista como un campo de batalla entre enemigos con intereses encontrados. Solamente se descubre la verdad con buena fe y la sinceridad.

El “consenso” es el esfuerzo para hallar una solución tan atractiva que todos, todos estén de acuerdo. Es un sueño bello pero ilusorio, también por la falta de buena fe. Durante muchos años, en las negociaciones internacionales, el consenso resultaba en resoluciones que todos podían aceptar, muchas veces, lamentablemente, porque fueron totalmente inofensivas y, por ende, débiles. Porque soluciones reales tienen su precio y nadie quiere pagar el precio.

En efecto, el proceso de consenso – sin buena fe y sin la dedicación sincera a la verdad – en efecto es un proceso de veto universal. Los recientes encuentros G20 han desistido de una comunicación conjunta consensuada ya que ciertos temas apremiantes son tan sensibles que no se pudo lograr un consenso. Un solo país recalcitrante puede tumbar el consenso

Ahora bien. Los intereses son barreras formidables a la verdad y la buena fe, haciendo difícil el consenso. Difícil pero no imposible. Porque existe el fenómeno gigantesco: El Acuerdo de París de 2015 sobre el cambio climático, el más grande y conflictivo tema en la actualidad. ¿Cómo se logró el consenso? Gracias al “Ubuntu”.

El Ubuntu es una palabra africana que resiste una traducción completa pero se resume en parte con la frase “Soy porque somos.” El Internet nos enseña que “Ubuntu significa amor, verdad, paz, felicidad, eterno optimismo, bondad interior, etc. Ubuntu es la esencia del ser humano, la chispa divina de bondad inherente a cada ser. Desde el principio de los tiempos los principios divinos de Ubuntu han guiado a las sociedades africanas.”

El Ubuntu no puede caer en saco vacío porque ha demostrado su efectividad en las circunstancias más difíciles. Que nos sirva de advertencia: No todas las soluciones salen de Harvard y el Sorbonne porque, uno, al menos, salió del profundo corazón de África. Pero hasta allí con el Ubuntu porque, lamentablemente, las descripciones de los procesos de Ubuntu son muy parcas.

No así el proceso de “La Consulta” que proviene de la Fe Bahá’í y rige sobre los miles de asambleas administrativas bahá’ís en todo el mundo. Se pueden citar de la guía voluminosa sobre La Consulta un par de conceptos útiles:

Al comienzo de una consulta, es ineludible que cada cual tenga su opinión. En La Consulta, los participantes “con la mayor devoción, cortesía, dignidad, cuidado y moderación, deben expresar sus puntos de vista” y escuchar las opiniones opuestas con el mismo respeto.  Luego, “La brillante chispa de la verdad surge sólo después del choque de diferentes opiniones.” El choque es entre las opiniones, no entre los miembros consultantes. Sobra decir que semejante proceso requiere de los más altos sentimientos de buena fe, sinceridad y la dedicación a la verdad.

El colmo de la buena fe es aceptar una decisión aun cuando estando en desacuerdo. Por razones prácticas. La Consulta es falible, es posible que arroja una decisión equivocada. La mejor manera para saber si fue correcta o no, es que reciba apoyo universal. Si, con todo y eso, la decisión fracasa, es porque fue errónea. En cambio, si los que están de acuerdo apoyan y los que están en desacuerdo ignoran o, pero aún, socavan la decisión, y fracasa, jamás sabrán si fue errónea en sí o si se fracaso se debió a la falta de unidad.

 

mark.freehill@gmail.com

 

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