10 de octubre de 2024

Por: Rafael R. Ramírez Ferreira

El que tolera el desorden para

evitar la guerra, tiene primero

el desorden y después la guerra.

Maquiavelo.

Arroz con mango o algo parecido, es lo que está ocurriendo con muchos teóricos o faranduleros que deambulan por los predios de los gobiernos, creando o imaginando cosas cuyo producto en general, se queda en lo virtual, pero que, de alguna manera influyen en el accionar de la sociedad en general.

El solo pensar que la famosa 42 del barrio Capotillo podría ser un atractivo turístico, deja mucho que desear sobre el criterio utilizado por los proponentes de este desvarío. Sí así fuese; ¿qué tipo de turismo sería? ¿Acaso una zona libre para las drogas y los desafueros, muchos de estos hasta inimaginables para la gran mayoría de este pueblo? ¿Han pensado los proponentes, en la tortura a la que se ven obligados a soportar estudiantes, enfermeras, médicos y maestros que junto a las personas decentes apenas pueden dormir y soportar los desmadres que se producen en ese lugar?

¿Conocen quienes proponen este adefesio de entretenimiento, que las bandas y el tigueraje son quienes imponen las tarifas de seguridad y quienes imponen sus leyes? Al parecer, como forman parte del mismo desastre, no perciben nada de esto, más bien, pareciese como si estuviésemos hablando de una nueva Sodoma y Gomorra, siendo lo peor, que las autoridades se hacen las desentendidas, quizás porque muchos se ven beneficiados de este caos e irrespeto a las leyes o quizás y sin quizás, que no estén capacitados para desempeñar con eficiencia todo aquello que tienen por obligación y que justifica su razón de ser.

Cuesta creerlo, pero, estos teóricos son capaces -incluyendo al español- de crear una nueva unidad para contrarrestar este desorden, ya que, hasta para controlar el paso de los motoristas por los túneles y elevados, tuvieron el tupé de crear una. Ahora nos preguntamos; ¿y aquella creada para el control y expendio de bebidas alcohólicas (Coba), ¿dónde está? ¿Y la unidad anti-ruido?  Todas bien, gracias por preguntar.

Y es que todo accidente no ocurre porque sí, siempre existe un primer motivo. Un niño muerto que en apariencia no guarda relación alguna con la famosa calle, pero, no es así, es un cáncer que se ha expandido por todo el país en la misma medida en la que se ha estado degradando la aplicación del monopolio de la violencia por parte del Estado, en relación directa con el desmembramiento del organismo llamado a ejecutar la misma.

La muerte del niño no puede verse como un hecho aislado, sino, la conjunción de tantas denuncias sobre la violación a la ley sobre ruidos y el uso indebido de los espacios públicos, donde a un ciudadano le da por escuchar su estruendosa “música” sin respetar el derecho de los demás, agregándole a esto, la pésima actuación de los miembros de la Policía para imponer el orden, de hacer cumplir las leyes y esto, no se está dando solo en los barrios periféricos de la Capital, sino, que, por igual, está aconteciendo en todas las Ciudades y campos del país.

Duele y mortifica el observar cómo en pueblos con alguna vocación turística, poco a poco han sido convertidos en arrabales, tanto en lo físico como en lo acústico, donde los motoristas y aquellos que modifican la música del vehículo para convertirlos en discotecas ambulantes, se detienen en cualquier lugar y a cualquier hora a torturar a los munícipes, sin que aparezca autoridad alguna que ponga control y esto, no es para llorar sino, todo lo contrario y, si quieren vivir esta realidad, diríjanse a Jarabacoa o, a la Colonia Kennedy, en Constanza y de inmediato encontrarán la similitud entre lo que allí ocurre y lo acontecido con el niño en Santiago, que entre dicho, se ha convertido en otro infierno sónico y, de esto continuar por el mismo camino, verán como aparecen ciudadanos desesperados tratando de hacer justicia por sus propias manos ante la ineficiencia de la Policía Nacional para ejecutar su trabajo y proporcionarnos seguridad en todos los sentidos. ¡Sí señor!

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