13 de mayo de 2025

Por: Rafael R. Ramírez Ferreira

Por la ignorancia nos han

dominado más que por

la fuerza.

Simón Bolívar.

Antiguamente, las potencias existentes obtenían nuevas colonias aún sin haberlas explorado y mucho menos conquistado, donde en ocasiones, estas adquisiciones siquiera nombre tenían pero, eso sí,  recursos naturales a granel, y,  por eso, aún y no se hicieran cargo de las mismas, la usufrutuaban a plena capacidad, tal y como sucedió en muchos lugares del gran Continente Africano y que luego, se han convertido en países marcados por aquellas extrañas culturas que nunca los nativos han podido adoptar a plenitud.

Cosas tan simples como el debido uso del saco y la corbata donde reina, la mayoría del año, un clima endemoniadamente caliente. Pero, las cosas cambian y hoy, aparecen tierras que siquiera de regalo las quieren, como es el caso del desgraciado territorio que lleva por nombre Haití.

Son muchos los ejemplos que se han suscitado por aquellas acciones de conquistas, donde las imposiciones de religiones y costumbres causaron y continúan causando odios y, sobre todo, el continuo florecimiento de aquellos rencores y odios que se niegan a ser olvidados.

Han sido imposiciones funestas, no solo en el África lejana, sino, en otros territorios donde fueron a habitar esos esclavos, que, llegado el momento, se sublevaron del yugo de los blanquitos y, supuestamente, se hicieron independientes, pero, arrastrando costumbres que nunca han comprendido en todo su contexto.

Muy poco se ha tratado sobre el comportamiento de esos jefes de tribus, muy parecidos al de los señores feudales, donde cada cual deseaba permanecer por el mayor tiempo posible en el poder a fin de asegurar a su Corte y descendencia y de ahí, su rebeldía ante cualquier cosa que atente a su conservadurismo.

Cosa esta que se ha traspasado a otros, donde cualquier semejanza con nosotros no es pura coincidencia, si, decirle no a todo aquello que signifique que los miembros piensen, se eduquen y, por eso, la mejor manera que han seguido es mantener la pobreza en todo el sentido de la palabra.

Hoy, ninguna potencia quiere a Haití o su gente, siquiera que se la regalen sin disparar un tiro. En tanto, los organismos internacionales se desviven por hacer reuniones extraordinarias para tratar este asunto, donde lo más que ha salido, -además de la mal disimulada actitud de que sean los dominicanos que se hagan cargo del asunto, como otrora tantas veces se ha pretendido hacer-, es exhortar a los jefes de Bandas -no ya de tribus-, a deponer su actitud y luchar por algo que “ellos” nunca han conocido, es decir, la democracia y el desarrollo.

Por igual, estos organismos conocen muy bien, que la educación constituye un peligro para esos jefes tribales y sus bandas, donde la misma está restringida a los miembros e hijos de esa rancia aristocracia y, por igual, a los privilegiados miembros de sus propias familias.

Podríamos resumir, que nunca habrá en ese territorio una real nación mientras prevalezcan las imposiciones culturales y de gobernabilidad que se llevan a cabo en los países desarrollados, ya que, toda acción encaminada a no reconocer la idiosincrasia de sus nacionales está condenada a exacerbar los odios que hierven dentro de esa variedad de tribus, dando lugar a una violencia continua y sin freno.

Y es que, desde sus inicios, este proyecto de Nación ha sido algo desastroso, sin que jamás el paso del tiempo haya podido paliar esas rivalidades tribales ancestrales, por una parte, y, por otra, siquiera, para su desgracia, la imposición de un sistema democrático parlamentario ha tenido efecto alguno, aunque muy efectivo para otros lares y otras culturas, pero, impracticable e incomprendido por esas tribus que se niegan a abandonar sus costumbres africanas.

Podría ser, de no controlarse la inmigración ilegal haitiana y las acciones de comerciantes inescrupulosos, a los cuales les importa un bledo el futuro de este país, que, en un futuro no muy lejano, solo vudú y brujería constituirá la herencia que dejaremos a las próximas generaciones. Quizás no tanto, pero, por ahí va la cosa. ¡Sí señor!

 

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